El baile de las horas: entrevista con Greta Elizondo

  • El SIAR nos trajo importantes ejecutivos, directivos o personalidades de primer nivel. Greta Elizondo, una de las bailarinas mexicanas más respetadas a nivel internacional y bailarina solista de la Compañía Nacional de Danza, no fue la excepción.

Greta Elizondo, no sólo es hoy un ícono de la danza en México. Desde hace algunos meses, destaca por ser amiga de la marca Longines en México. Su presencia en el booth de la firma relojera durante el SIAR en octubre fue la ocasión perfecta para sentarnos con ella y explorar distintas temáticas: desde sus inicios como bailarina, las exigencias de la profesión o los retos que le presenta aún el futuro.

Utilizando un Dolce Vita de Longines

WT: Me parece que el oficio al que te dedicas con mucho éxito es una profesión maravillosa pero también muy atípica. Aunque sé que desde muy pequeña te adentraste en el mundo del ballet y la danza, me gustaría que me contaras con tus propias palabras, ¿qué fue lo que te atrajo a la danza y en qué momento decidiste que era a lo que deseabas dedicar tu vida?

Greta Elizondo: Cuando era muy pequeña había ido a una que otra clase de ballet, pero no fue sino como hasta los ocho años, cuando ya era un poco más consciente de todo, que volví a tomar clases y comencé a entender que había una forma correcta de ejecutar los pasos. Gradualmente pude llevar a cabo las instrucciones de la maestra, hacer caso a sus correcciones y ver que eso me ayudaba a mejorar, a alcanzar ciertas metas. Así fue como comencé a enamorarme del proceso a la vez que mi cuerpo maduraba. El aprendizaje y la práctica me permitieron estructurar mi cuerpo para usarlo como medio de expresión a través de la danza.

Fue entonces, cuando tenía alrededor de ocho años, que participé en mi primera función interpretando a una princesa. De aquella función recuerdo cómo disfruté reaccionar de manera sumamente dramática al hechizo de la bailarina que hacía el papel de una bruja. Así es que ya desde niña era muy histriónica y sentía una gran atracción por el elemento dramático de la danza.

Si bien todo ese descubrimiento surgió a mis ocho años, a partir de aquella clase de ballet, no fue sino hasta dos años más tarde, mientras continuaba tomando clases de manera ininterrumpida y cuando ya había cumplido diez años de edad, que me di cuenta de que el ballet era de hecho una ocupación a la que podía dedicarme de manera profesional. Es decir, en aquel momento fue cuando supe que bailar era lo que quería hacer con mi vida. A partir de aquel momento ya no hubo vuelta de hoja.

WT: Se dice que las verdaderas pasiones en los seres humanos se manifiestan entre los ocho y los diez años. Este fue también tu caso, entonces…

GE: Sí, aunque también debo aclarar que en el caso del ballet se debe tomar en cuenta el factor de la madurez física que es necesaria para practicarlo. O en otras palabras, se debe comenzar a los 11 años, a más tardar, debido a que es a esa edad cuando hay que empezar a estirar los músculos y hacer ciertas alteraciones físicas/óseas que solamente se pueden conseguir comenzando muy joven. Greta Elizondo.

Si un ortopedista viera una radiografía de mis pies, diría que tengo dos fisuras en cada uno de ellos. Pero en realidad no es así, lo que pasa es que mis huesos simplemente se han acomodado de una manera distinta a la norma para hacer posible que practique ballet. En resumen, para poder ser bailarina el cuerpo tiene que comenzar a ser moldeado desde muy niña.

Estoy de acuerdo con que se trata de una pasión que nace a esa edad. Sin embargo, por lo menos en el caso del ballet, se trata de una pasión que necesariamente se debe comenzar a desarrollar en ese momento. Simplemente es así, no hay otra forma de hacerlo.

Pausa para no aburrir.

WT: ¿Cómo explicarías, en tus propias palabras, en qué consiste la idea del cuerpo como medio o instrumento de expresión?

GE: Me parece que cualquier ser humano, bailarín o no, tiene la capacidad de entender o intuir a simple vista lo que le pasa a otro ser humano. En ese sentido, cualquier persona, sin importar que domine o no la disciplina del ballet, es capaz de comunicar emoción, estados de ánimo, sentimientos, o como se le quiera llamar, a través de su cuerpo. Basta fijarse en una postura encorvada, cabizbaja, de hombros caídos y movimientos letárgicos, o, por el contrario, en la energía que emana de un pecho erguido o de un andar ligero —también en la forma de hablar, de mirar o rehuir la mirada— para darse cuenta del estado de ánimo de alguien.

Una bailarina o bailarín de ballet simplemente lo lleva a un nivel expresivo más poético (artístico), en busca de una intención distinta capaz de sublimar; apoyándose, por supuesto, en la coreografía y la música. Como bailarina, mi trabajo ha consistido en desarrollar esa habilidad a través de la disciplina para, eventualmente, ser capaz de controlar mi cuerpo de tal modo que se convierta en algo así como una hoja o lienzo en blanco que me permita expresarlo todo, incluso lo que estoy pensando.

Recuerdo una ocasión en la que me encontraba en ensayos de preparación para un ballet que era artísticamente muy complicado, cuando el coreógrafo se me acercó para decirme que estaba “haciendo mucho con mi cara”. Al preguntarle qué otra cosa podía hacer en cambio, me sugirió hacer menos, dejar mi mente en blanco y depositar mi atención en las personas a mi alrededor, dentro de la obra. Aquella sugerencia me ha ayudado desde entonces a, de algún modo, hacerme transparente y poder proyectar lo que estoy sintiendo yo o mi personaje. Así de simple.

WT: ¿Llegaste a imaginar que te convertirías en un referente del ballet en México?

GE: No, para nada, nunca se me hubiera ocurrido. Por supuesto, uno se traza ciertas metas y con el paso de los años se dedica de lleno a lograrlas. Pero siempre enfocándose en ellas sin andar volteando atrás para contemplar el cúmulo de todo lo ocurrido mientras tanto. Por lo menos a mí así me pasa, es decir, me enfoco por completo en lo que tengo en frente, en lo que debo hacer. No es hasta que se vuelve totalmente necesario hacer una pausa para respirar hondo, cuando una aprovecha para reflexionar sobre todo lo acontecido y lo logrado desde una vista mucho más panorámica de mi trayectoria.

De niña lo único que deseaba era bailar, convertirme en una bailarina profesional de ballet. La verdad es que el día más feliz de toda mi carrera fue cuando me contrataron en la Compañía [Nacional de Danza]. Antes de conseguirlo, fui aprendiz durante todo un año, muchas veces fungiendo como la suplente de la suplente de la suplente. Y por eso, cuando llegó el día en el que por fin me contrataron, me puse a llorar de emoción. No supe exactamente cómo fue que ocurrió, pero por fin había conseguido ser aceptada en la Compañía.

¡No lo podía creer! A partir de ese hito en mi carrera, el siguiente objetivo fue intentar convertirme en parte del primer elenco del cuerpo de baile. Y, por una u otra razón, resultó que avancé muy rápido y he tenido el privilegio de interpretar papeles que ni en sueños pensé que podría llegar a conseguir. Por mucho tiempo, por ejemplo, había admirado desde lejos al personaje de Carmen sin que jamás se me hubiera ocurrido que algún día sería yo quien lo encarnaría. Así fue como de repente me encontré interpretándola en el escenario, mientras me preguntaba ¡qué hacía yo ahí, en qué momento ocurrió que me convertí en ella!

WT: ¿Y siguen habiendo metas por alcanzar, personajes que aún no has tenido la oportunidad de interpretar?

GE: Sí, claro, todavía hay papeles que no he interpretado. Un aspecto hermoso de la danza —y me imagino que ocurre en las demás artes escénicas— es que se vale interpretar a un personaje más de una vez y nunca será igual que la vez anterior. Hace unos meses tuve la oportunidad de encarnar a Giselle, y probablemente vuelva a interpretarla algunas veces más en temporadas futuras. Es imposible encarnar un papel exactamente igual que la primera vez. En la medida en la que una no es la misma persona ahora que hace apenas unos meses, y ya no digamos años, los personajes tampoco serán los mismos y evolucionarán al también ser beneficiarios de aquellas nuevas experiencias que nos transforman individual y colectivamente.

Aún me encuentro en una etapa de mi carrera en la que todavía quedan algunos papeles (no muchos) que interpretar por primera vez. Sin embargo, aunque  es inevitable que eventualmente comience a volver a los mismos personajes, lo maravilloso es saber que siempre habrá en ellos territorio fértil por descubrir y compartir con el público.

Greta Elizondo
WT: ¿Qué me puedes contar sobre tu experiencia hasta ahora como amiga de marca de Longines, a nivel personal pero también en lo referente a cómo ha informado tu comprensión de la industria de los artículos de lujo y, en particular, de la relojería?

GE: Ha sido una experiencia muy interesante. Ya había colaborado con otras marcas de lujo pero nunca con una de relojes. Como todo lo que me pasa en la vida lo devuelvo al arte y al ballet, el tema de la precisión que requieren los relojes me ha parecido particularmente fascinante para establecer conexiones con mi profesión. Por otro lado, soy amante de los procesos y me ha encantado el aspecto de la publicidad, las fotos, las tiendas y demás iniciativas que la marca debe necesariamente establecer. Me encantan los procesos de todo tipo y conocerlos a fondo;  averiguar, por ejemplo, por qué colocan los relojes en ciertas vitrinas y no en otras.

Otra grata sorpresa que ha resultado de visitar la sede de Longines en Suiza y conocer a fondo la historia de la marca, ha sido tener la oportunidad de apreciar el talento, la pasión y el compromiso de todos los individuos involucrados en la creación de los relojes. Ahí me enteré de que la mayoría de las personas que conforman los diferentes equipos de trabajo han dedicado una buena parte de su vida al perfeccionamiento de su oficio; que trabajan para Longines porque les fascina y apasiona lo que hacen. Me parece que no hay nada más hermoso en la vida que la gente se dedique a lo que verdaderamente le gusta. Porque significa que de verdad están dispuestos a invertir cien por ciento de su esfuerzo en ello.

Como en el ballet, en Longines he podido observar que la precisión, la perfección y la belleza dependen de un equipo de trabajo que debe colaborar como una maquinaria sumamente refinada. Y es que para convertir lo aparentemente imposible en posible, se requiere aquel tipo de talento, compromiso y esfuerzo dignos de aquella verdadera pasión a la que te referiste al comienzo de la entrevista, que aparece y florece para colmar el alma de una niña o niño de diez años.

Al igual que el ballet, el equipo de Longines se esmera para que conseguir un resultado elegante y aparentemente simple —pero sumamente emotivo— que funciona sin complicaciones a pesar de lo complejo que fue convertirlo realidad. Se trata de un proceso creativo a final de cuentas, cuya ejecución requiere necesariamente de un dominio total de las herramientas propias del oficio.

En el ballet, el talento no sirve de nada sin el esfuerzo. Alguna vez escuché a alguien decir que los bailarines trabajamos como jornaleros para poder bailar como ángeles. Me parece que lo mismo es verdad para la relojería de alta gama. En ambos casos, la maestría técnica es esencial y debe verse reflejada en todo, ya sea pequeño o grande. Una bailarina que no entrenó consistente y concienzudamente por al menos ocho años jamás será capaz de desarrollar plenamente su potencial sin importar el talento que tenga. En la sede de Longines en Suiza, el talento y la maestría técnica son evidentes a primera vista. Y, al igual que en el ballet, cada miembro del elenco de relojeros tiene un papel específico e igualmente importante que cumplir. Se trata de algo que vale la pena admirar en la relojería, en el ballet y en cualquier aspecto de la vida.

Pero bueno, yo todo lo comparo con la danza. No me queda de otra porque soy bailarina [risas].